Por
Dayana Natacha Romero Rodríguez
Fotos:
Tomadas de Internet
Los
viajeros asiduos a ómnibus urbanos no me dejarán mentir. Tal vez si es usted
uno de ellos, rememorará al leer estas líneas sus experiencias en la titánica
obra que implica transportarse cada día hacia el centro de trabajo, estudios o cualquier
otro punto de la ciudad.
Al
ineludible acto de compartir el calor de la gente –sobre todo si es tempranito
en la mañana- lo catalogo como una obra
de infinito amor. Y no se extrañe, amor es el único término que logra
abarcar las altas dosis de paciencia, comprensión, ayuda mutua y entendimiento,
necesarios para lidiar cada día con el transporte público.
Es un amor titánico, épico, violento, comparable solo con La Ilíada,
de Homero.
Aquella legendaria batalla de Héctor
y Aquiles,
apenas roza la ofensiva que significa montarse en un autobús.
Pero
en este campo de batalla no estamos solos. Como victorioso soldado emerge de
repente el que se cuela, ese que
llegó de último y quiere ser el primero; quienes en medio del combate acopian
pertenencias ajenas o los que, espartanos al fin, aplican la ley del más fuerte
para tomar el puesto de otros.
Cuando apenas ha concluido la hazaña –subir
al ómnibus- asumimos la heroica tarea de mantenernos en pie. El vaivén
constante, el peso del cargamento ajeno, el olor de quienes vienen de la lucha y lo que es peor, la testarudez
de quienes llegan, se establecen, y no se pueden correr. Son ellos mismos,
exactamente los mismos, quienes colman de “halagos” al chofer que paga
–merecida o no- la cotidiana culpa por la insuficiencia de transporte, descoordinación
de horarios y el maltrato generalizado al usuario.
Hay realidades objetivas de las que no podemos desprendernos, y es el
hecho de que aún es insuficiente la disponibilidad de ómnibus para la oleada de
pasajeros que necesitan moverse dentro de la ciudad de Guantánamo,
especialmente en horario matutino, mediodía y al atardecer, cuando se produce
la salida de estudiantes y trabajadores de sus centros de estudio y trabajo
respectivamente. Asunto pendiente para las autoridades.
Mas las
carencias nunca serán razones para que impere la apatía y la violencia. Voluntad
de ayudar al correrse, acomodarse para que todo el que pueda suba al ómnibus,
tratar con debido respeto a los choferes y solicitar amablemente su parada; cumplir
con el pago de la guagua, brindar el asiento a embarazadas y ancianos, hablar
en voz baja y velar por el cuidado y limpieza de los ómnibus, son solo pequeños
detalles que hacen grande la existencia.
Vivimos
días difíciles, de incertidumbre y estrés, pero el buen trato, el respeto hacia
la otra persona, la solidaridad y los buenos valores nos diferencian de las
bestias, nos hacen comportarnos como humanos. Solo así haremos un poco más
agradable la jornada y el trayecto obligatorio de un lado a otro de la urbe. “Que la
dureza de los tiempos no nos haga perder la ternura de nuestros corazones”.