viernes, 29 de enero de 2016

Santiago, ciudad de creyentes…en el futuro

por Cecilia Herrera Delisle
Escena matutina habitual de camino a la Universidad
Según García Márquez hay tres clases de pesadillas: las terroríficas… el tipo perfecto de las pesadillas vulgares; las absurdas…las más comunes, y…las pesadillas absolutas, casi imposibles de definir. Similar a esta última es la experiencia cotidiana en el transporte de cualquier tipo de propiedad en mi ciudad, y puede que sea extensiva a otras. Las circunstancias que lo rodean son un medio informal de relaciones dentro del gran sistema social, donde transcurre una gran parte de la vida de aquellos que forzosamente dependen de ellos.

Pisi-corres




Tanto en la parada como en el mismo transporte (sea camión, pisi-vampiros o extrañamente la guagua) se socializa política con fogosas discusiones que dejan impresionada a esta escritora de unos veintitantos años de batalla. Si regularmente coges el transporte a la misma hora, puedes conocer,hasta intimar, con otros que comparten tu sufrimiento y algo más de su vida. Escuchas comentarios desgarradores sobre lo que no sale en la prensa, la realidad es más diversa de lo que imaginas.
Te enteras porqué no llegan los mandados y el preciado cárnico, a tiempo a la bodega, del último robo, de lo último del paquete, comentarios de futbol y pelota, lo que se comenta que nadie sabe pero que puede definir nuestro futuro; puras especulaciones sobre los más diversos temas y personas. Se sacan conclusiones conjuntas de la ausencia de la guagua en horas críticas de movimiento de  personas, (¿se pusieron de acuerdo con los camioneros o con los pisi-corres?)
 
Te encuentras al médico después de la guardia que con un salario, aunque suntuoso a la vista del resto, todavía le falta comida en la casa y debe exponerse al atropello del transporte; te encuentras al profe que salió del otro trabajito para tener más entrada de dinero, o al pepillo que no estudia pero está en la “lucha” con el último teléfono y la música súper alta. También está el obrero, ese que viene de labrar con sus manos durante horas de trabajo lo que algún día levantará al país; está la estudiante, que antes de llegar a casa debe “resolver” lo que no tiene en casa o en la escuela, tiene que salir bien. Todos ellos y muchos más ventilan sus frustraciones, ven siempre hacia el camino, anhelando a ese OVNI, que le llevará al hogar.

La parada es el principio y el final del día de aquellos que no tienen otra alternativa. De muy poco vale esmerarse horas en el espejo peinándose lo más funcional posible, o echándote perfume según el caso, lo pierdes en cuanto te enfrentas a la lucha de cuerpos para subir al transporte y permaneces así, íntimamente ligado a tu oponente buena parte del camino. Durante el trayecto haces ejercicios de piernas y brazos, los choferes se encargan de eso, y te regalan los dolores de la cervical y de los hombros, para que te acuerdes de ellos.
Ómnibus urbano repleto de personal
Desarrollas en el trayecto una fuerte relación física con los que te rodean, todos respiran el mismo aire, comparten las mismas historias, la misma música…Todas tus partes corporales son sometidas al repello, constante y continuado, excusa para el abuso sexual y para el robo. En menos de cinco segundos puedes percibir y apropiarte de los más diversos olores, desde los más buenos hasta los más fétidos, el perfumista Jean-Baptiste Grenouille tendría un buen laboratorio.
Entonces, usted podría preguntarse por qué la gente se levanta cada día a sufrir lo mismo, será resignación al estilo de Dovstoyesky: “…está usted obligado a aceptarla tal como es y a aceptar todo lo que procede de ella…”. O es que como buenos “creyentes” esperamos que algún día, preferentemente no muy lejano, la realidad empiece a pintarse de otro color. 

Yo sé que todavía me queda parada, ella es parte de lo que soy, pero lo cierto es que la vida económica no  es solo la que está cambiando, la actitud de cómo la gente afrenta su futuro es diferente, quiere otras cosas, mayores y mejores; gente que no quiere que la parada o algo que se le parezca, se convierta en el centro del tiempo, que no quiere estar mirando siempre al horizonte, quiere cambiar su futuro, para que no sea igual a lo que vivió su padre. Una ciudad de creyentes que es capaz de vivir aun por encima de lo que pretende detenerla, quiere transformación, y quiere palparlo. Peligrosamente ha decidido que su superación no depende de lo externo, no tiene que ver con lo social sino que con sus medios, y al precio que sea necesario la logrará .¿A quién se le enciende un bombillo rojo?

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