viernes, 29 de enero de 2016

Soy Ciudadana ¿o ciberciudadana?... Soy cibercubana.



Para mí ser ciudadana, con todo lo que ello implica, es indispensable como la vida. ¿Pero qué tal si facilitamos el ejercicio de la ciudadanía a través de la Web 2.0; o si implementamos en Cuba herramientas de participación online? Creo que estaremos poniendo la inteligencia colectiva en función de la solución a los problemas colectivos. Yo me apunto. ¿Y Ud.?

Por: Roxana Romero Rodríguez 

-¡Ciudadana! - solicitaba gentilmente un policía- permítame su carnet de identidad. Nada sucedía conmigo, ni siquiera sé por qué me lo pidió; pero aunque parezca absurdo, me sentí orgullosa, alguien me llamaba por primera vez ciudadana.
Fue entonces cuando vino a mi mente el discurrir alborotado de una pasajera que viajaba cerca de mí, en un ómnibus Transgaviota Guantánamo –Habana, el pasado noviembre de 2015. Ella estaba enferma, necesitaba el uso frecuente de servicios sanitarios, y además se veía muy exaltada; pero en algo que repetía constantemente tenía razón: Este transporte es del estado, y yo soy cubana y revolucionaria, yo soy una ciudadana; y hay que esperar por mí.
Recuerdo sus palabras como el reflejo de una persona que - aunque ya no tenga plenas facultades mentales- estudió y brindó mientras pudo asistencia médica en Las Tunas, su tierra natal.
 Incluso, aunque así no hubiese sido, solo por ser una viajera que pagó su transporte, por cumplir con las normativas impuestas a los pasajeros, y por no infringir las leyes que pudiesen privarla de sus actos; esta señora tenía razón. Ella no reclamaba otra cosa que una ínfima parte del derecho a ser tratada como ciudadana; una investidura que le asiste por el mero hecho de nacer y vivir en el país. 


Desde entonces presto cuidado a las palabras de dirigentes, representantes y líderes de entidades gubernamentales y organizaciones políticas y de masa cubanas. Con curiosidad de joven casi periodista, percibo que el discurso ha cambiado, y que hace poco, muy poco, nos han empezado a llamar sociedad civil; y a considerarnos más allá de la jerga jurídica, como ciudadanos.
Quizás no sea en toda la magnitud que ser un ciudadano amerita, pero me alegra que dicha expresión ahora nos defina, y ciudadanía sea el calificativo que me otorgue deberes, derechos y libertades de andar y hacer por Cuba; aunque no me encuentre inmersa en trámites de salida del país o solicitud de nacionalidad europea.
Por curiosidad pregunto a mis abuelos, pero no conocen el término. Apenas lo han escuchado mis padres, cuando han debido enfrentar trámites civiles o legales; o cuando sencillamente alguien jaranea con el llamado de atención de la policía, no siempre tan gentil como el mío: ¡ciudadano, carnet de identidad!

Pero resulta que la palabra ciudadano, esa que apenas utilizamos hoy para definirnos a nosotros mismos como partícipes de la construcción de nuestro proyecto de país, circula hace más de una década en la red de redes como pólvora en campo de guerra. Con un significado u otro, con una perspectiva u otra. Los jóvenes periodistas –aún en formación- hemos sido testigos de ello.  


Lo cierto es que quienes accedemos a Internet, a sus plataformas de redes sociales, a los foros de debate online y a los comentarios en blogs o medios de comunicación, nos sentimos algo más que usuarios, algo más que receptores, consumidores y audiencias creativas, nos sentimos ciudadanos; con las mismas facultades de pensar y actuar; solo que ahora, lo hacemos online. 
Las redes sociales han incubado silenciosa e irreversiblemente un cambio en el paradigma tradicional de ciudadanía. La sociedad 2.0, llena de herramientas de búsqueda, clasificación, valoración y difusión de la información, sencilla y versátil para establecer vínculos entre las personas, está provocando fuertes cambios en todos los sectores de la sociedad.
El debate público comienza a ganar espacio en la red, como una especie de ágora política internacional, donde la inteligencia colectiva de la que un día habló Pierre Levy, parece hacerse efectiva y múltiples propuestas, sin importar de qué lado del mundo vengan, contribuyen a la solución de problemáticas de alcance global. Y ahí donde los medios de comunicación dejan espacios de vacío, emergen desde la alternatividad los ciudadanos digitales o ciberciudadanos, en movimientos que se articulan desde la red para cambiar el estado de cosas vigente, y convocar a iniciativas de participación imposibles hace veinte años.

Estos sitios cumplen hoy –para quienes tienen acceso- las funciones sociopolíticas que tuvieron alguna vez el ágora ateniense, el foro romano, el café Paris o la plaza roja. No se trata de sustituir la interacción humana, mucho menos en su expresión social, sino de que ya no es preciso estar en el mismo espacio físico para reunirse en sociedad. Los nuevos puntos de encuentro hoy se llaman Twitter, Facebook, YouTube, Instagram etc… y nuestro voto aprobatorio se expresa a través de un Me gusta.



Claro que es superficial pensar que tomamos parte real en cada cosa que linkeamos; pero lo que sí es cierto, es que nuestras impresiones hablan por nosotros, y los contenidos que compartimos en nuestro muro, o los tuits y retuits de nuestro perfil, marcan una línea de pensamiento que, en el mejor de los casos, expresa nuestra afinidad política real. Cuando pedimos participar en red no solo estamos hablando de comprar y vender, de ponerle un comentario a un periodista o debatir sobre un tema X en un foro X. Hablamos de participación ciudadana también como participación política, como consulta para la toma de decisiones, como sujetos involucrados en procesos de determinación, negociación, discusión y ejecución de las políticas públicas.
Obvio: para lograr el sueño es preciso primero la inclusión, entendida esta como el acceso de todos a la web 2.0.  Y en ese sentido, queda en Cuba mucho camino por andar.  
Sobre lo que vemos en Internet solo deben ponerse los límites necesarios, esos ya establecidos desde 2003, en el marco de la Cumbre de la Sociedad de Información acogida por la Organización de Naciones Unidas (ONU), y analizados tantas veces por la diplomacia internacional en sus periodos ordinarios de sesiones. Desde entonces, ha quedado claro para todas las naciones del mundo, que las social networks también existen para que modifiquemos, cambiemos y tomemos decisiones. Se trata de la utilización de la inteligencia colectiva en la búsqueda de soluciones a los problemas colectivos.

En Cuba, como en todo el mundo, la participación[i] en la vida política o en los asuntos de gobierno, resulta una forma de autodefinición ciudadana y no solo un camino para proteger intereses.
En base al modelo de sociedad y de democracia que defendemos, y a cómo se conciben las relaciones de poder, existe bastante consenso en aceptar – al menos teóricamente – que la participación significa acción colectiva y organizada para incidir en el poder – del nivel que se trate – lo que implica necesariamente posibilidad de iniciativa y capacidad de decisión. Asumimos la participación como proceso de interacción, discusión, decisión, ejecución y mecanismo democratizador, en tanto implica socialización del poder y transferencia de este a los sectores que participan en el desarrollo de la sociedad, con el ciudadano como eje central.   
Así que en nuestro modelo y un contexto especiales para la elaboración, ejecución y control de los presupuestos del Estado, en la organización de nuestras elecciones periódicas, referendos populares y la iniciativa legislativa, bien pudiesen ser incluidas las herramientas hipermediales de Internet. O para ser más precisos, las plataformas de redes sociales.  


Aquí estamos hablando de las plataformas de Internet que pueden ayudar a la participación, y enriquecer los cambios que hoy vive el país a través de principios de autonomía y cooperación, con la participación directa de la gente en la elaboración, ejecución y control de la política estatal hacia la construcción colectiva del proyecto país; porque la verdad, ya nos estamos demorando en aceptar e incorporar a las prácticas gubernamentales las potencialidades de la web. A veinte años de la entrada de Internet a Cuba, apenas se aprecian señales de participación en el espacio virtual.
Archiconocidas son las causas que han mantenido al pueblo cubano lejos del tercer entorno, y archiconocidas también las consecuencias de lo que es, en buena parte, resultado del ser agredidos constantemente en la red. Lo cierto es que, por ausencia de voluntad política, bloqueo o analfabetismo digital, el cubano común comienza a descubrir ahora los beneficios de la digitalización[i].  

En una coyuntura donde los tradicionales lugares de socialización política se encuentran en proceso de quiebre, en parte por la crisis de representación de las entidades estatales (entiéndase que en Cuba todos los poderes se resumen en la estructura del estado),  en parte por la inestabilidad económica y la ausencia de calidad de vida (que es como denominamos en la Isla al estado de bienestar), el estado puede y debe utilizar la web para interactuar con la ciudadanía, que a pesar de la escasa conectividad, expresa sus opiniones y dialoga abiertamente siempre que le es posible.


[i] En el año 2015 fueron modificados los medios de acceso del pueblo cubano a Internet. Además de los cibercafés abiertos en 2014, se abrieron parques Wifi en todo el país, que permiten el acceso por vía inalámbrica, y se incrementó el número de beneficiaros por vía empresarial y estatal, según reconoció el parlamento cubano en sus sesiones ordinarias de diciembre de 2015. A pesar de la carestía de los servicios, y de su gestión única por el monopolio de telecomunicaciones ETECSA, las medidas aprobadas permiten que Internet sea hoy una realidad para quienes pueden costear estos servicios.  
 

[i] Consideramos la participación como el acceso y la presencia real de los individuos y los grupos en las instituciones y organizaciones económicas, sociales y políticas de la nación y la posibilidad de intervenir en las decisiones que le conciernen no solo como beneficiarios sino también como formuladores de estas decisiones. A la vez que evaluamos la capacidad del propio proceso participativo para configurar y modificar el sistema de valores y normas compartidas por los distintos grupos sociales que se expresa como cohesión nacional, es decir, sus potencialidades como mecanismo de producción de sentido colectivo. Por eso incluimos elementos más inaprensibles como las motivaciones que guían las conductas participativas.
De ahí que nuestra concepción de participación esté estrechamente vinculada con la de integración social entendida ésta como la conjunción de justicia social, participación y cohesión en torno a valores.