Para mí ser ciudadana, con todo lo que ello implica, es indispensable como la vida. ¿Pero qué tal si facilitamos el ejercicio de la ciudadanía a través de la Web 2.0; o si implementamos en Cuba herramientas de participación online? Creo que estaremos poniendo la inteligencia colectiva en función de la solución a los problemas colectivos. Yo me apunto. ¿Y Ud.?
Por: Roxana Romero Rodríguez
-¡Ciudadana! - solicitaba gentilmente
un policía- permítame su carnet de
identidad. Nada sucedía conmigo, ni siquiera sé por qué me lo pidió; pero
aunque parezca absurdo, me sentí orgullosa, alguien me llamaba por primera vez
ciudadana.
Fue entonces cuando vino a
mi mente el discurrir alborotado de una pasajera que viajaba cerca de mí, en un
ómnibus Transgaviota Guantánamo –Habana,
el pasado noviembre de 2015. Ella estaba enferma, necesitaba el uso frecuente
de servicios sanitarios, y además se veía muy exaltada; pero en algo que
repetía constantemente tenía razón: Este
transporte es del estado, y yo soy cubana y revolucionaria, yo soy una ciudadana;
y hay que esperar por mí.
Recuerdo sus palabras como
el reflejo de una persona que - aunque ya no tenga plenas facultades mentales-
estudió y brindó mientras pudo asistencia médica en Las Tunas, su tierra natal.
Incluso, aunque así no hubiese sido, solo por ser
una viajera que pagó su transporte, por cumplir con las normativas impuestas a
los pasajeros, y por no infringir las leyes que pudiesen privarla de sus actos;
esta señora tenía razón. Ella no reclamaba otra cosa que una ínfima parte del derecho
a ser tratada como ciudadana; una investidura que le asiste por el mero hecho de
nacer y vivir en el país.
Desde entonces presto
cuidado a las palabras de dirigentes, representantes y líderes de entidades
gubernamentales y organizaciones políticas y de masa cubanas. Con curiosidad de
joven casi periodista, percibo que el discurso ha cambiado, y que hace poco,
muy poco, nos han empezado a llamar sociedad
civil; y a considerarnos más allá de la jerga jurídica, como ciudadanos.
Quizás no sea en toda la
magnitud que ser un ciudadano
amerita, pero me alegra que dicha expresión ahora nos defina, y ciudadanía sea el calificativo que me
otorgue deberes, derechos y libertades de andar y hacer por Cuba; aunque no me
encuentre inmersa en trámites de salida del país o solicitud de nacionalidad
europea.
Por curiosidad pregunto a
mis abuelos, pero no conocen el término. Apenas lo han escuchado mis padres,
cuando han debido enfrentar trámites civiles o legales; o cuando sencillamente alguien
jaranea con el llamado de atención de la policía, no siempre tan gentil como el
mío: ¡ciudadano, carnet de identidad!
Pero resulta que la palabra ciudadano, esa que apenas utilizamos hoy para definirnos a nosotros
mismos como partícipes de la construcción de nuestro proyecto de país, circula hace
más de una década en la red de redes como
pólvora en campo de guerra. Con un significado u otro, con una perspectiva u
otra. Los jóvenes periodistas –aún en formación- hemos sido testigos de ello.
Lo cierto es que quienes
accedemos a Internet, a sus plataformas de redes sociales, a los foros de
debate online y a los comentarios en blogs o medios de comunicación, nos
sentimos algo más que usuarios, algo más que receptores, consumidores y
audiencias creativas, nos sentimos ciudadanos;
con las mismas facultades de pensar y actuar; solo que ahora, lo hacemos online.
Las redes sociales han incubado silenciosa e irreversiblemente
un cambio en el paradigma tradicional de ciudadanía. La sociedad 2.0, llena de herramientas
de búsqueda, clasificación, valoración y difusión de la información, sencilla y
versátil para establecer vínculos entre las personas, está provocando fuertes
cambios en todos los sectores de la sociedad.
El debate público comienza a ganar espacio en la red,
como una especie de ágora política internacional, donde la inteligencia
colectiva de la que un día habló Pierre Levy, parece hacerse efectiva y
múltiples propuestas, sin importar de qué lado del mundo vengan, contribuyen a
la solución de problemáticas de alcance global. Y ahí donde los medios de
comunicación dejan espacios de vacío, emergen desde la alternatividad los ciudadanos digitales o ciberciudadanos,
en movimientos que se articulan desde la red para cambiar el estado de cosas
vigente, y convocar a iniciativas de participación imposibles hace veinte años.
Estos
sitios cumplen hoy –para quienes tienen acceso- las funciones sociopolíticas
que tuvieron alguna vez el ágora ateniense, el foro romano, el café Paris o la
plaza roja. No se trata de sustituir la interacción humana, mucho menos en su
expresión social, sino de que ya no es preciso estar en el mismo espacio físico
para reunirse en sociedad. Los nuevos puntos de encuentro hoy se llaman Twitter, Facebook, YouTube, Instagram etc…
y nuestro voto aprobatorio se expresa a través de un Me gusta.
Claro que es superficial pensar que tomamos parte real en
cada cosa que linkeamos; pero lo que sí es cierto, es que nuestras impresiones
hablan por nosotros, y los contenidos que compartimos
en nuestro muro, o los tuits y retuits de nuestro perfil, marcan una línea de
pensamiento que, en el mejor de los casos, expresa nuestra afinidad política
real. Cuando pedimos participar en red no solo estamos hablando de comprar y
vender, de ponerle un comentario a un periodista o debatir sobre un tema X en
un foro X. Hablamos de participación ciudadana también como participación política, como consulta para la toma
de decisiones, como sujetos involucrados en procesos de determinación, negociación,
discusión y ejecución de las políticas públicas.
Obvio: para lograr el sueño es preciso primero la
inclusión, entendida esta como el acceso de todos a la web 2.0. Y en ese sentido, queda en Cuba mucho camino
por andar.
Sobre lo que vemos en Internet solo deben ponerse los límites
necesarios, esos ya establecidos desde 2003, en el marco de la Cumbre de la
Sociedad de Información acogida por la Organización de Naciones Unidas (ONU), y
analizados tantas veces por la diplomacia internacional en sus periodos
ordinarios de sesiones. Desde entonces, ha quedado claro para todas las
naciones del mundo, que las social
networks también existen para que modifiquemos, cambiemos y tomemos
decisiones. Se trata de la utilización de la inteligencia colectiva en la
búsqueda de soluciones a los problemas colectivos.
En Cuba, como en todo el mundo, la participación[i]
en la vida política o en los asuntos de gobierno,
resulta una forma de autodefinición ciudadana y no solo un camino para
proteger intereses.
En base al modelo de sociedad y de democracia que
defendemos, y a cómo se conciben las relaciones de poder, existe bastante
consenso en aceptar – al menos teóricamente – que la participación significa
acción colectiva y organizada para incidir en el poder – del nivel que se trate
– lo que implica necesariamente posibilidad de iniciativa y capacidad de
decisión. Asumimos la participación como proceso de interacción, discusión,
decisión, ejecución y mecanismo democratizador, en tanto implica socialización
del poder y transferencia de este a los sectores que participan en el
desarrollo de la sociedad, con el ciudadano como eje central.
Así que en nuestro modelo y un contexto especiales para
la elaboración, ejecución y control de los presupuestos del Estado, en la
organización de nuestras elecciones periódicas, referendos populares y la
iniciativa legislativa, bien pudiesen ser incluidas las herramientas
hipermediales de Internet. O para ser más precisos, las plataformas de redes
sociales.
Aquí estamos hablando de las plataformas de Internet que
pueden ayudar a la participación, y enriquecer los cambios que hoy vive el país
a través de principios de autonomía y cooperación, con la participación directa de la gente en la elaboración, ejecución y
control de la política estatal hacia la construcción colectiva del proyecto
país; porque la verdad, ya nos estamos demorando en aceptar e incorporar a las
prácticas gubernamentales las potencialidades de la web. A veinte años de la
entrada de Internet a Cuba, apenas se aprecian señales de participación en el
espacio virtual.
Archiconocidas son las causas que han mantenido al pueblo
cubano lejos del tercer entorno, y archiconocidas también las consecuencias de
lo que es, en buena parte, resultado del ser agredidos constantemente en la
red. Lo cierto es que, por ausencia de voluntad política, bloqueo o
analfabetismo digital, el cubano común comienza a descubrir ahora los beneficios de la
digitalización[i].
En una coyuntura donde los tradicionales lugares de
socialización política se encuentran en proceso de quiebre, en parte por la
crisis de representación de las entidades estatales (entiéndase que en Cuba
todos los poderes se resumen en la estructura del estado), en parte por la inestabilidad económica y la
ausencia de calidad de vida (que es como denominamos en la Isla al estado de
bienestar), el estado puede y debe utilizar la web para interactuar con la
ciudadanía, que a pesar de la escasa conectividad, expresa sus opiniones y
dialoga abiertamente siempre que le es posible.
[i] En el año 2015
fueron modificados los medios de acceso del pueblo cubano a Internet. Además de
los cibercafés abiertos en 2014, se abrieron parques Wifi en todo el país, que
permiten el acceso por vía inalámbrica, y se incrementó el número de
beneficiaros por vía empresarial y estatal, según reconoció el parlamento
cubano en sus sesiones ordinarias de diciembre de 2015. A pesar de la carestía
de los servicios, y de su gestión única por el monopolio de telecomunicaciones
ETECSA, las medidas aprobadas permiten que Internet sea hoy una realidad para
quienes pueden costear estos servicios.
[i] Consideramos la participación como el acceso y la presencia real
de los individuos y los grupos en las instituciones y organizaciones
económicas, sociales y políticas de la nación y la posibilidad de intervenir en
las decisiones que le conciernen no solo como beneficiarios sino también como
formuladores de estas decisiones. A la vez que evaluamos la capacidad del
propio proceso participativo para configurar y modificar el sistema de valores
y normas compartidas por los distintos grupos sociales que se expresa como
cohesión nacional, es decir, sus potencialidades como mecanismo de producción
de sentido colectivo. Por eso incluimos elementos más inaprensibles como las
motivaciones que guían las conductas participativas.
De ahí que nuestra concepción de participación esté estrechamente
vinculada con la de integración social entendida ésta como la conjunción de
justicia social, participación y cohesión en torno a valores.