Casi comienza el año 2016, y el mundo nunca
pareció estar más a la deriva: fundamentalistas, terroristas, guerras, hombres
se siguen uniendo bajo el único interés común de destruir o llevar a la
extinción el planeta.
Así mientras las sociedades occidentales se
debaten en torno a cómo va quedar repartido el gran pastel que es la Tierra…
irremediable ante los ojos de todos, Yemen arde; Mali acumula más cadáveres,
mientras Irak y Afganistán se extinguen transformados en el nuevo escenario
bélico de los juegos de comando americanos.
Por su parte Libia, en el medio del caos
desfallece ante el fantasma glorioso
de su antiguo “dictador”, y los
que en alguna parte siguen pensando en términos de humanidad buscan con el
único avión no tripulado, guiado por la fe, las mas de doscientas niñas
secuestradas por Boko Haram en Nigeria, hace ya más de un año.
Sin embargo, en medio de esta caótica
realidad, una fecha se convierte en momento y símbolo obligado de impase. El 24 de octubre las Naciones Unidas del
mundo se engalanan y por un momento tras 70 años de gestión, labor humanitaria
y acción en pos del mantenimiento de la paz y la seguridad a escala global
regresan casi borrosos, los principios enarbolados en la tan benevolente como
simbólica: Carta de las Naciones Unidas.
Quien busca razones para celebrar, las
encuentra: en el fructífero tratado nuclear con Irán, del cual no fue precisamente
este país el más beneficiado; en una supuesta y mal lograda paz en Ucrania; en
la perspectiva de mejoramiento de la situación de Grecia gracias
al nuevo paquete de rescate aprobado por la TROIKA; o en el intenso y
entusiasta trabajo de la organización a través de su amplia red de mecanismos,
comisiones, tribunales, programas y demás estructuras pertinentes cuya obra a
favor del progreso y la equidad social resultan incuestionables en la medida de
sus proyecciones reales.
Se podría hasta loar cuanto han crecido las
naciones del mundo en materia de derechos humanos, diplomacia internacional,
negociaciones, convivencia pacífica y respeto a la libre autodeterminación de
los pueblos, aunque ni su asunción haya implicado cumplimento ni su conocimiento
respeto. Flagrantes violaciones salen desde su interior, donde la voz
mayoritaria de una Asamblea General solo encuentra oídos sordos o tentativas a
NO, donde las diferencias que distinguen a los muchos, usualmente pobres y sin
poder, de los pocos, dueños y señores del Consejo, se perpetuán como acto
reflejo irónico de su esencia y funcionamiento.
Por: Dairon
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